INAUGURADA LA OBRA DE ALBERTO CARNEIRO AS ÁRVORES FLORESCEM EM HUESCA
El CDAN inaugura la sexta intervención en el paisaje de la colección itinerario Arte y Naturaleza As árvores florescem em Huesca del artista Alberto Carneiro.
Desde los años setenta, Alberto Carneiro no realiza todas sus obras en el taller ni las piensa como instalaciones para galerías o museos, sino que algunas las lleva a cabo en el campo, en paisajes que los campesinos han antropizado con sus labores, de esta manera estrecha sus relaciones con el territorio y con el paisaje, palabra, esta última, que aparece repetidamente en los títulos de sus obras, y toma, a la vez, conciencia del valor estético que está implícito en el trabajo de los agricultores.
Peregrino por tierras oscenses, Alberto Carneiro ha recorrido los Pirineos, el Somontano y la Hoya de Huesca, las montañas y los valles, los bosques y los desiertos, hasta encontrar un recóndito lugar que posee unas condiciones paisajísticas excepcionales para ubicar allí el centro de su cosmos, para construir su mandala personal, que es la obra titulada As árvores florescem em Huesca (Los árboles florecen en Huesca). Alberto Carneiro ha encontrado en la configuración de mandalas un motivo de trabajo artístico que le permite unir lo estético y lo conceptual a las ideas de ritual y de naturaleza, que tan presentes están en muchas de sus obras.
Por medio del arte, de los materiales que cobran forma y que ordenan el espacio, Alberto Carneiro ha tomado posesión del territorio del valle del Belsué, lo ha hecho suyo y ha generado en él un hito al que se dirigen las miradas y los pasos de los visitantes, induciendo a los espectadores a penetrar, participando así en una experiencia en la que intervienen los sentidos perceptivos, a través de las formas, materiales y texturas, y los intelectivos, por medio de la geometría y las palabras.
As árvores florescem em Huesca compromete indistintamente al lugar, al ubicarse en él y dotarle de un nuevo sentido, y también al cuerpo de quien penetra en su interior. Los grandes muros ciegos de piedra no configuran ni una casa ni una nave agrícola sino que constituyen una “arquitectura poética”, en cuanto que se elevan para ofrecer una potente estructura geométrica sin funcionalidad, que sirve para encerrar en su interior una metáfora del árbol, la escultura en bronce que se deja ver parcialmente en el interior de un gran gnomon, de un menhir contemporáneo. Javier Maderuelo
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