Catálogo: Textos de Vicente Pascual. Gobierno de Aragón, CDAN, Olifante / Serie Mayor. 2006.
Las 100 vistas del Monte Interior
El CDAN presenta la exposición Las 100 vistas del Monte Interior, en recuerdo de los antiguos locos del artista aragonés Vicente Pascual. La muestra está formada por una serie de 100 obras sobre papel de 12 x 12 cm, en negro y óxido, en la que el artista hace un homenaje al grabador japonés Hokusai y Las 100 vistas del Monte Fuji. Vicente Pascual, cuya producción pictórica ha estado ligada con la naturaleza, presenta esta exposición que acompaña a la publicación del libro Las 100 vistas del Monte Interior editado por el Gobierno de Aragón en colaboración con la editorial Olifante y el CDAN. La exposición une poesía con pintura ya que las obras van acompañadas de una selección de poemas extraídos del libro del propio Vicente Pascual.
EL LUJO DE LA SOBRIEDAD
Apenas cuarenta años después de que Edwar Kienholz acuñase el término arte conceptual y Sol LeWitt realizase la primera tesis teórica del movimiento, Vicente Pascual nos ofrece el regalo más esperado para bien de los ojos, de la inteligencia, de la sensibilidad, de la cultura. Y lo hace tras haberse atrevido, durante su creciente y perfeccionista trayectoria, a rajar el espacio (y el tiempo) para ver más allá.
Tras superar el aspecto lingüístico-tautológico del conceptualismo apartándose del objeto, asimilada cierta forma de realización fáctica o mental respecto a la imagen y a la percepción, su evolución plástica opta por la tendencia mística vinculada al pensamiento platónico y a determinados procesos de iniciación de máximo subjetivismo existencial y complicidad con la objetividad intelectual.
Las 100 vistas del Monte Interior es una obra maestra pintada por un poeta secreto y escrita por un pintor ejemplar. Trabajo global rigurosamente sobrio y con un estilo exquisito en cuanto a la búsqueda, expresión y comunicación de la extrema belleza. Cántico silencioso de la más fértil y espiritual serenidad. Quietud activa, íntima inquietud. Oscuro espacio iluminado por el misterio que es la realidad de la idea. El color como manos de una luz interior.
Su propuesta es una profunda investigación de lo axial a favor de la rehumanización de un mundo desequilibrado, embrutecido, hacia la tolerancia –más: la atracción– entre Naturaleza y Arte, hacia la armonía presencial de las fuerzas y debilidades opuestas, como si aún fuera posible reconstruir la conciencia abatida por sus propias ruinas y evitar que nuestra civilización se desmorone definitivamente al considerar necesario todo lo superfluo por haber estimado superfluo todo lo necesario.
Nos encontramos ante lo inefable –tan feliz como dramático– de un acontecimiento histórico: la constatación de que una obra de arte que no muera cuesta una vida.
Ángel Guinda
RESPECTO A LAS 100 VISTAS
Las 100 vistas del Monte Fuji de Hokusai, de las que mi serie es una paráfrasis, giran en torno a un Monte Fuji que se presenta como un reflejo del centro inmóvil, una nítida expresión material de un modelo situado en el mundo de los arquetipos. A lo largo de su serie diversas actividades humanas se suceden; se diría que peregrinos, comerciantes, guerreros y sabios, tanto varones como damas, «pasan» «insignificantes» ante la inmutabilidad del magnífico volcán. Pero esto sería sólo apariencia. Para Hokusai —como para todo hombre ajeno al nominalismo— «insignificante» sería aquello que nada significa, que no se vincula a una realidad atemporal situada en un nivel superior de existencia; y nuestro artista entendía aquellas actividades como muy significantes de una realidad en la que participaban y que recibían su razón de ser por la consciencia de ese centro representado aquí por el Monte Fuji, un centro en el que lo posible, se extingue en lo necesario. Mis 100 vistas son tan sólo un homenaje a Hokusai, y con él a los antiguos locos; pero en ellas no se encontrarán tan claras referencias al eje permanente, sólo la simetría constante de las formas geométricas más simples. En cualquier caso, se trata de un esfuerzo para dar cuerpo sensible, en un modo adecuado al soporte y a la materia pictórica, a lo que podríamos llamar intuiciones intelectuales, con el objetivo de fijarlas en el interior, Ab Intra Ad Intra. Por lo demás, no he ordenado mi trabajo tratando de expresar secuencias consecutivas, casi temporales, de un viaje, digamos iniciático. Cada una de las pinturas es, sin dejar de ser parte de un proyecto, independiente dentro de la serie y como tal ha surgido, cada una de ellas es el resultado de una pequeña meditación sobre lo atemporal. Así, he dispuesto las páginas siguiendo impulsos casi exclusivamente estéticos, como un niño ordenando sus lápices de colores. Mi trabajo no va más allá, no quiere ser una guía para viajeros. En cuanto a las líneas que acompañan las imágenes, se trata tan sólo de algo así como comentarios breves, como títulos largos; no pretenden ser obra de poeta —no sé de letras—, y debo advertir que, para colmo, cuanto aquí el lector encuentre es plagio. El lector podrá afirmar, sin error, que para tan poca cosa he plagiado a los presocráticos, a los neoplatónicos y los cantos de los nativos americanos. Descubrirá que he copiado a los taoístas, a los hindúes, que me he aprovechado de aquellos que, como Rumi o Nizâmî, comprendieron la coherente belleza de las formulaciones del sufismo. He imitado a aquellos españoles carmelitanos, a los Fideli d’Amore, a los renanos del medievo y, entre los recientes, me he remitido a Frithjof Schuon, a Seyyed Hossein Nasr, mis maestros, e incluso a John Keats. Que me perdone el lector, y sepa que si no me sonrojo remedando penosamente a los antiguos es sólo porque querría parecerme a lo que ellos, dejando de ser, fueron.
Fragmento de la introducción de Vicente Pascual.