CARLOS CORTÉS. «Black Box»

“Black Box” rastrea la evolución de este artista multidisciplinar desde sus primeros años en Londres hasta su trabajo actual en la que incluye pinturas, esculturas, instalaciones, así como muestras de sus trabajos de danza y performance. Una carrera internacional de más de dos décadas que incluye numerosas exposiciones individuales y colectivas, la dirección y creación de espectáculos, y premios, en disciplinas tan diversas como la pintura, fotografía, escultura, escenografía, coreografía y danza. El autor se enfrenta a través de sus obras a ciertos traumas del pasado, en un intento de limpiar telarañas y descorrer pesadas cortinas.

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POR ALFONSO 

…Las incipientes experiencias religiosas en la vida del artista dejaron una huella indeleble que se refleja en su predilección por ciertos temas y en el interés por las formas y estructuras de los altares. En ellos se combinan el valor espiritual de un objeto que inspira devoción, con un entorno en el que se aúnan pintura, escultura y arquitectura, que interactúan en un diálogo dinámico con los miembros de la congregación.

Sus obras han sido siempre una forma de contar historias. Largos títulos que añaden una dimensión a las imágenes que contemplamos, personajes en sugerentes o inquietantes escenarios.

Estos “cuentos pictóricos” beben de la misma fuente que otros contadores de historias, como Edward Hopper o Piero de la Francesa. Son mundos poblados de estatuas vivientes, espacios y personajes alegóricos que se conjugan en varios sustratos, con frecuencia a través de narrativas opuestas, Figuras cuya hierática presencia es alberca de dramas ocultos.

En enero de 1981 Carlos Cortés perdió a su hermano Alfonso en un trágico accidente en el colegio. Esta pérdida traumática de alguien tan querido, en plena adolescencia, fue el principio de un difícil proceso de recuperación y de curación, que atraviesa como un largo y doloroso meandro el paisaje de una vida, y que se convierte en una expedición de búsqueda y de creación artística.

Es sólo recientemente, después de muchos años de trayectoria, que Carlos Cortés llegó a la conclusión de que su trabajo creativo ha sido siempre como una de esas BLACK BOX o grabadoras de vuelo.

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Funcionan así las obras del artista, como las famosas cajas negras de los aviones. Guardan su registro de voces ocultas, y sólo tras grandes tragedias, cuando hay un intento por rastrear las fuerzas que guían nuestras vidas y que condicionan nuestras aspiraciones somos capaces de vislumbrar –enterradas en nuestro subconsciente-, voces secretas que sólo en contadas ocasiones llegamos a oír.

Esta exposición es el fruto de muchos años de rastrear esos datos que quedaron grabados antes de que el silencio gélido de la realidad extendiera sus oscuras alas sobre aquel sueño estrellado.

Hay también en muchas de estas obras un elemento teatral interactivo. Son cajas negras que exigen al espectador, que nos presentan su doble naturaleza como estructuras tridimensionales de madera o metal reciclados, o como pinturas bidimensionales.

BLACK BOX 13 SIN TAPA

Sus puertas están hechas de fragmentos de la vida de otras personas… rotas, desgajadas, partidas… trozos de muebles, marcos de puertas o ventanas, maderas de suelos… Nos enfrentamos a accidentes, golpes, rayajos… huellas labradas por dramas cotidianos que continúan su viaje hasta convertirse en obras de arte.

Puertas que se abren y se cierran para revelar verdades ocultas. Personajes callados, introvertidos, que interrogan al espectador, esperando que tome una decisión. Puedes mirar, o puedes ocultarte. Puedes compartirlo con otros o guardarlo para ti mismo. Son éstos, cuadros que se mueven, que interactúan con el entorno. Su presencia en el espacio es también un juego arquitectónico. Como una ventana secreta que nos transporta a otro espacio, se mueven cuando tú te mueves, te hablan cuando tú quieres hablarles. Tienden estas obras a ser pequeños objetos que puedes viajar con ellos como si fueran una maleta.

BACKGROUND (antecedentes) 

A pesar de llevar casi veinte años en el extranjero, Carlos Cortés mantiene un estrecho vínculo con el paisaje de Aragón, y en particular con Seno – villa turolense situada en la cuenca del Guadalope, dentro de la comarca del Bajo Aragón, lindando con la del Maestrazgo-, el pequeño pueblo donde se crió su padre. Su visión del mundo está marcada por elementos como la luz blanca y seca del invierno, las rocas ásperas de la montaña en la que los antepasados labraron su presencia… Su infancia se dibuja a través de paseos donde el romero y el tomillo perfuman un cielo limpio y azul, y por ese sentido único de comunidad vinculada a un paisaje, que a duras penas pervive en el tiempo presente…

Este vínculo con el paisaje está fuertemente unido a la familia, algo muy importante para el artista. Un entorno, en las postrimerías de la guerra civil, que marca un espíritu de lucha y sacrificio, de esfuerzo por lograr un mundo mejor pero siempre guiado por una integridad moral y personal que iba más allá de dictados religiosos y que de algún modo el artista ha intentado replicar en su trayectoria principal.

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Antes de la pérdida de su hermano, los recuerdos de la infancia se condensan –con el espesor de los sueños grabados en la memoria- en aquellos veranos de Seno o Alcañiz. Gallinas que corretean en el patio. Indios y vaqueros que se enfrentan en la vieja cosechadora abandonada.

El fragor de la guerra de la independencia ruge de nuevo, y esta vez los soldados franceses son libélulas que huyen de nuestros palos, en cacerías por las acequias del verano, donde las anguilas silban como flechas de plata y desaparecen.

Estos recuerdos se funden en ese contacto temporal con un mundo rural en proceso de desaparición, donde las mujeres aún iban a lavar la ropa al lavadero con un balde en la cabeza, y el ganado retornaba con nubes de polvo sonoro al caer el sol.

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Etapa 2012 - 2016, Histórico
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2015