Las colecciones de arte parecen existir únicamente por sus obras (objetos), para el disfrute del coleccionista y del público, pero esta aura olvida que todo un aparato documental es parte del trabajo artístico junto con la pieza y certifica su condición de “obra de arte”. De este modo, escondidas, están las pruebas documentales de autenticidad, sus informes de restauración, los seguros, la gestión de los préstamos, las imágenes de sus diferentes exposiciones, las representaciones neutras que vendrán después, los recibos, los itinerarios y todo tipo de documentos sin los cuales la pieza no alcanzaría la calidad de “obra de arte”.
Los artistas cuyo trabajo no crea “objetos” y los performers, saben bien de la importancia jerárquica de toda la documentación. De la misma manera funciona el rastro de una pieza tradicional, ésta se transforma en parte de lo que deja la práctica artística, de ahí que esta muestra sea un ejercicio de crítica institucional. La puesta en escena de esta exposición comisariada por Jorge Blasco es sencilla: enfrentar la “obra” con lo que no lo es, pero sin lo cual no existiría. En una de las paredes de la sala están las piezas centrales, las que se reconocen habitualmente como “obras de arte” y enfrentada en la otra pared una muestra de la documentación que las hace ser auténticas y que forma parte de ella tanto como la pieza principal.